Hace algún un tiempo, dirigía un programa de entrevistas de esas rollo íntimo a lo Loco de la Colina. Todo muy de compadreo y con una iluminación “sensual”. Solo nos faltaba cogernos de las manos y declararnos amor eterno. Y os puedo asegurar que alguna vez estuve tentada a hacerlo. Qué coño, yo hacía la producción y ya me encargaba de traer buenorros interesantes. La cuestión es que los invitados salían encantados de allí porque les había dejado hablar “de su libro” a sus anchas y no les había puesto en ningún aprieto.
O tal vez sí, aunque no se dieran cuenta. La última parte de la entrevista era un cuestionario a lo Proust de preguntas breves. Y una de mis favoritas era: “¿Qué es lo que te hace llorar?”. Hubo respuestas de todo tipo, claro, y llegó un momento que me hice el mismo cuestionario a mí misma. ¿Qué me hace llorar?
Soy llorona. Lloro con mucha facilidad y por tonterías. Además soy incapaz de controlarlo. Y a todo esto, se me caen dos lágrimas y mi cara se transforma en la de un monstruo (es decir, más monstruo todavía). Y esto contrasta con la imagen de dama de hielo que me he ido forjando con los años. ¡Si la gente supiera!
Y es que no soportamos el llanto de los otros. Nos hace sentir incómodos. Preferimos que alguien se desangre delante de nuestras narices que enfrentarnos a alguien que llora. Por eso las mujeres solemos utilizarlo como último recurso para salir ilesas de una discusión. Mal, muy mal, por cierto. Pero también muy mal que las lágrimas ajenas nos incomoden más que las propias.
Séneca decía que la mejor causa para llorar era no poder llorar. No lo acababa de entender hasta que comprendí que no sé llorar de tristeza. El dolor me bloquea, me paraliza, me seca por dentro. He vivido muertes muy cercanas, y he sido incapaz de llorarlas. Fue un tema que me preocupó durante algún tiempo: ¿Soy una sociópata? ¿Debería fingir el llanto? Ahora sé que no, y lo acepto.
"Estoy impresionada, pero no puedo llorar..." (Lucía y el sexo) |
Yo lloro, principalmente, de impotencia y de emoción. Reconozco que la primera es fruto de mi generación, esa que no comprende el fracaso, que no lo tolera, que le cuesta aceptar las dificultades de la vida. Resiliencia, creo que lo llaman. Lloro cuando no encuentro una salida, cuando me siento inútil, cuando la pifio tanto que sé que ‘eso’ en concreto no tiene marcha atrás. También lloro ante el sufrimiento estéril de los otros, pero nunca del mío. Ese me deja vacía, inerte.
Y lloro por banalidades que me emocionan: ¿Que Rafa Nadal gana el Roland Garros y se abraza a su padre como si no hubiera mañana? Lloro. ¿Que un hombre se reencuentra con su familia 30 años después? Lloro. Vaya lloreras que me pegaba yo con Sorpresa, Sorpresa, madre.
A mí estas cosas me pueden... |
Y llorar por llorar, el más terapéutico. En el coche, principalmente. Sin querer saber muy bien por qué, sin psicoanalizar demasiado el llanto. Con la certeza que estará limpiando algo que todavía no sabes que está sucio.