Todos lo hemos visto.
Todos nos hemos enamorado del paisaje, todos los
mallorquines hemos hinchado pecho con eso de “pues yo vivo en este paraíso y
tal”. Pero a mí, más que con el topicazo de imágenes, me ha quedado la
frasecita que acompañaba el elogio fúnebre de una isla que los autóctonos
sabemos que en realidad no existe: “Cuando amas lo que tienes, tienes todo lo
que quieres”.
Cuidado, que no dice
“cuando-tienes-todo-lo-que-has-deseado-en-la-vida”, o
“cuando-tienes-todo-lo-que-crees-que-te-mereces”. No. La subordinada
condicional solo pone como condición “cuando amas lo que tienes”, sin
especificar si eso que tienes es suficiente, justo, bonito o lo que soñaste
cuando eras pequeña. Sin incluir todo aquello que nos vendieron cuando
decidimos portarnos bien, ser buenos hijos, buenos estudiantes, buenos
ciudadanos.
Ese es el problema de mucha gente, entre los que me incluyo:
que dejamos aparcado eso de amar lo que tenemos porque consideramos que no es
lo que nos prometieron las películas Disney.
¿Y sabéis cuál es el problema? Que todavía no hemos aceptado
que la vida no siempre es justa, que a veces nos toca sufrir más de la cuenta y
que lo de la realización personal mejor se lo dejemos a Paulo Coelho. Porque
sí, no hay mayor patraña que esa de “buscar la felicidad”, porque cuando caemos
en la cuenta de que no va a llegar nunca, es cuando más infelices nos sentimos.
Decía Risto Mejide: “Olvídate de la patraña esa de ser
feliz, ya te puedes dar con un canto en los dientes si llegas a ser el único
dueño de tus propias expectativas”. Y tiene más razón que un santo. Buscar la
felicidad es un ejercicio muy sano, pero exigirla… eso, te lo aseguro, te va a
traer más sufrimiento que alegría. Porque la vida nos pone continuamente a prueba y no
entiende de intercambios. Crecer significa descubrir con dolor que los sueños no siempre se alcanzan siendo buena gente, esforzándote y dando lo mejor de ti. A veces, simplemente, no llegan. Y vale más que hagas caso a Risto y te sientas satisfecho si sabes manejar y gestionar aquello que la vida te pone delante.
Y cuidado, que la frase funciona igual si hablamos de
lugares. Hay que amar también el sitio donde estás, porque es donde te vas a
despertar cada mañana. Y es cierto que yo quiero con todas mis fuerzas estar a
3.000 kilómetros hacia el este, pero la cuestión es que estoy aquí, en esta
isla donde se ruedan anuncios bucólicos de cerveza y adonde todo el mundo
quiere venir a jubilarse.
Pues habrá que aprovecharlo.